En las últimas décadas hemos asistido a un impulso considerable en el encuentro entre el mundo de las organizaciones y la ética. El auge de las éticas aplicadas en el ámbito de las profesiones, junto con la promoción de diferentes códigos éticos en diversas instituciones han introducido de manera progresiva la palabra ética en el escenario organizacional.
Ortega distinguía entre moralina y moralita. La primera se refería a esa capa superficial que apenas traspasa la primera capa de la realidad sobre la que estamos trabajando. Desde mi punto de vista, la ética en las organizaciones -en demasiados casos- ha sido un lavado de cara superficial, intrascendente y cosmético. Somos testigos de la realización de bellos códigos éticos redactados desde algún despacho, mientras se ejercían día sí y día también despidos improcedentes e injustos, pero legales. La moralina es el suelo en el que se cimienta la ética de no pocas organizaciones. Por eso necesitamos transitar hacia una ética creíble, respetable y viable, que vaya más allá de las palabras y sea generadora de prácticas de justicia, reconocimiento y trabajo colaborativo.
Antes que palabra impresa, la ética es una práctica que nos hace mejores personas y que confluye, por tanto, en la transformación positiva de nuestras relaciones y en la humanización de nuestras organizaciones. Por eso tengo la convicción de que dice mucho más el clima que se respira y vive que un código normativo, por bueno que este sea. Son más expresivos los vínculos que establecemos desde el respeto mutuo que las normas cargadas de prohibiciones. Ante todo, educa el ambiente creado y vivido por un equipo de personas unido, que cuida y exige al mismo tiempo.
Joan Carles Mèlich distingue entre moral y ética. La primera nos dice qué debemos hacer, es la respuesta segura codificada y hecha norma. Mientras que la ética nos dice que algo hemos de hacer ante las situaciones que nos encontramos, aunque no sepamos muy bien qué. La respuesta ética siempre será situacional, y en muchos casos merecerá pasar por el filtro de la deliberación colectiva y de la decisión prudente. Lo cierto es que vivimos tiempos de excesiva moral y de escasa ética.
Desde estas premisas, puede que sea interesante que una organización se plantee elaborar un código un marco ético de actuación. Y esta posibilidad solo cabe realizarla con mirada crítica y constructiva, de manera que ese documento sea ocasión para promocionar y tejer valores que construyan personas íntegras que mejoren la organización y el mundo en el que viven. Un código ético para salir del paso o para sumarse a una nueva moda organizacional apenas sirve para nada. Es moralina que además tiene el efecto perverso de transmitir una imagen de la ética insípida, incolora e insustancial.
Si una organización desea formular sus criterios éticos ligados a su estructura, a sus procesos internos y a las relaciones que deben existir entre las personas que la componen, deberá acometer la tarea en términos de moralita, es decir, de elaboración de cargas de profundidad ética que recojan las aspiraciones, los valores y las conductas que se esperan de todas las personas que forman parte de la organización.
Algunas aclaraciones
Un código ético vivo debe mantenerse a salvo de dos peligros opuestos: la abstracción de una ética general que se queda en la fundamentación teórica y la casuística normativa que se convierte en código jurídico. Por ello, ofrecemos algunas pistas que pueden encauzar debidamente este maridaje entre ética y organización, cuando se destila en un documento escrito de obligado cumplimiento.
- Es preferible no utilizar el término código ético que puede conducir a malentendidos. Optamos por la fórmula marco ético de promoción de valores que emanan de una serie de principios éticos básicos y que conducen a normas. El término marco ético ofrece la idea de un elemento ordenador que aporta criterio sobre la actuación debida de cada persona.
- El marco ético ha de responder a un modelo mixto, donde se integren principios, valores, orientaciones y normas. Las relaciones entre las personas que componen la organización constituyen el núcleo motor de la acción ética.
- Los principios éticos son pilares teóricos que constituyen el sistema de referencia que dará pie a los valores y normas que concretan el marco ético. Son caños de la fuente de donde emana la praxis moral en la cotidianidad del quehacer organizacional.
- Los valores son cualidades de las cosas, personas y acontecimientos que nos hacen crecer como personas y mejoran el mundo que vivimos. Los valores los degustamos y estimamos, y en la medida que los realizamos vamos acondicionando el mundo. En el campo organizacional, promocionar valores es acondicionar un estilo de trabajo y de vinculaciones alto de moral. Necesitamos entrenar y practicar los valores para que sean duraderos y creíbles. Ellos nos proporcionarán la buena forma ética que necesitamos y hacer frente, de este modo, al riesgo de la desmoralización.
- Las normas son concreciones de los valores. Pueden aparecer como orientaciones o consejos, buenas prácticas o prescripción de mandatos expresos. Lo importante no es el cumplimiento taxativo de la norma, si bien en ciertos casos ha de ser necesariamente así. Lo que importa es generar una pedagogía de la norma que sirva para reflexionar y discernir en conciencia la razón de cada norma. Estas normas nos indican un modo de proceder y nos aportan criterio. En una organización todos los sujetos afectados han de ser, a la vez, aprendices y maestros en el criterio, y para ello cada cual ha de el más interesado en contar con un criterio ético adecuado.
- Un marco ético nace del encuentro y del cruce. Vivimos en una sociedad plural donde debemos ponernos de acuerdo en los valores que de manera esencial queremos promover entre todos los sujetos afectados. Por ello, la participación intersectorial e interjerárquica será imprescindible para elaborar este tipo de marco ético.
No podemos olvidar que tanto los principios como los valores que se formulan pueden ser la expresión del inmenso capital social que ya existe en el seno de la organización. Un capital que tiene que ver con el conjunto de valores que fluyen en las relaciones y formas de trabajar desde la colaboración y el trabajo en común. Este capital social constituye una red de apoyo y seguridad enormemente relevante, una auténtica comunidad de aprendizaje. Conviene no pasar de largo ante ello. Antes bien, es nuestro deber identificarlo y apreciarlo.
La ética atraviesa la vida de la organización y ha de servirnos para vivir mejor; de lo contrario no servirá para nada.
Bibliografía
- Cortina, A., Ética de la razón cordial, Nobel, Oviedo, 2007
- Mèlich, J.C., Lógica de la crueldad, Herder, Barcelona, 2014