¿Qué valor tiene el concepto “emergente” en nuestras vidas? ¿Están preparadas las personas y las organizaciones para lo que emerge? ¿Qué significado le queremos dar y cómo nos influencia en nuestro día a día organizacional?
Es importante plantearnos este término para poder abordar más fácilmente la complejidad en la que vivimos y de esta forma poner en valor los recursos de los que ya disponemos para ello o adoptar otros que nos ayuden a transitar el paradigma actual, individual y colectivamente. Es importante porque el contexto, el tiempo, el espacio y las personas están determinando el funcionamiento de las estructuras personales y organizacionales en las que estamos inmersos y conocer en profundidad en qué y cómo nos influencia esa complejidad, es una gran oportunidad para las organizaciones en las que trabajamos y/o a las que acompañamos como profesionales.
Qué es lo “Emergente”
Cuando vamos al origen de las palabras podemos acceder a una información valiosa, desde dónde comprender de una manera más profunda la propia palabra y sus traducciones en comportamientos humanos que la engloban o la aterrizan.
La palabra “Emergente” procede del antiguo participio activo de emerger, lo que nace, sale y tiene principio de otra cosa, brotar, salir a la superficie y del latín “emergentis” que significa “el que sale de un desastre”. Es un sustantivo que puede referirse al surgimiento inesperado y repentino de circunstancias que nos obligan a tomar acciones inmediatas, lo que desde nuestro punto de vista, nos puede proveer de grandes posibilidades de crecimiento y evolución, si tenemos integrado lo necesario para poder verlo, valorarlo y llevar a la acción lo necesario.
Cuando nos referimos a las organizaciones, aquello que emerge, nos hablará de la complejidad de sus sistemas y de la adaptación necesaria a desplegar para poder abordarla. Los sistemas emergentes se caracterizan por resolver problemas naturalmente, sin recurrir a una inteligencia central o jerarquizada sino desde una inteligencia horizontal y transversal que nace de la conjunción de las partes: la inteligencia colaborativa, donde cada elemento, pasa a ponerse al servicio de algo más grande que él mismo, cocreando lo necesario para abordar la circunstancia que se hace visible al emerger y que se encontraba quizás invisible, porque no se tenía disponible lo que se necesitaba para poder desvelarla, con las herramientas o recursos utilizados hasta ese momento.
Steven Johnson, en su libro Sistemas emergentes o qué tienen en común hormigas, neuronas, ciudades y sofware, propone una definición muy interesante sobre lo emergente. “Emergencia es lo que ocurre cuando un sistema de elementos relativamente simples se organiza espontáneamente y sin leyes explícitas hasta dar lugar a un comportamiento inteligente. Sistemas tan dispares como las colonias de hormigas, los cerebros humanos o las ciudades siguen las reglas que la emergencia dicta. En todos ellos, los agentes de un nivel inferior adoptan comportamientos propios de un nivel superior: las hormigas crean colonias; los urbanitas, vecindarios.” Para él, lo emergente es la gran revolución científica y cultural del siglo XXI.
Lo fundamental de los sistemas emergentes que nos plantea el autor, está en que son un tipo de organismo que sostiene una gran capacidad para generar conductas o procesos innovadores, pudiéndose adaptar a los cambios bruscos de mejor forma que los modelos jerárquicos o más rígidos. Esta teoría ofrece un cambio de paradigma importante, ya que ahora desde lo horizontal y transversal, es posible entender sistemas complejos donde aparentemente existe una complejidad desorganizada: sistemas que envuelven simultáneamente un número considerable de factores interrelacionados en un todo orgánico, donde el comportamiento individual puede dar origen a un comportamiento colectivo del que emerge una respuesta colectiva no planificada, natural, coherente y consistente, propia de un sistema autoorganizado. Y de este aparente caos que trae lo que emerge, se desvela el orden intrínseco, bajo leyes diferentes a las utilizadas hasta ese momento y que no podíamos ver por su desconocimiento. Conocer este orden, estas leyes invisibles o intangibles, su sentido y abrirnos a lo que emerge como oportunidad, es lo que va a marcar la diferencia para nuestra organización.
Lo que emerge como oportunidad
Este nuevo orden es sencillo y complejo a la vez. Sencillo desde la mirada sistémica o bajo paradigmas no empíricos y complejo desde la mirada de la supervivencia bajo leyes materiales lineales o viceversa según las gafas de ver que llevemos puestas. Ambas miradas integradas son necesarias y si no las tenemos, será importante que aquellos que nos acompañen en el camino de conseguir nuestros objetivos organizacionales las tengan. Ese nuevo orden que emerge está compuesto de movimiento y de cambio. Las organizaciones que saben esto, se convierten en una máquina de aprender, capaces de reconocer patrones, transitar lo visible e invisible, con recursos para reconstruirse y renovarse una y otra vez, como un todo orgánico, como un sistema complejo organizado. Para ello, además, es importante contar no solo con esta mirada completa lo máximo posible, sino también con el rescate de la diversidad y la autoorganización. Eso les distinguirá del resto, recuperarán su conexión con lo esencial para hacer con ello un todo junto a lo más puramente tangible o material. Como dice Steven Johnson en la metáfora con las ciudades: “acceden a la esencia de lo que distingue la ciudad de lo urbano, una especia de anzuelo autoorganizado que permite que los hiladores de seda de Florencia sobre el Ponte Vecchio, se mantengan unidos en la misma calle durante miles de años, mientras que el resto del mundo se reinventa a si mismo una y otra vez sin continuidad.”
¿Estamos dispuestos a ampliar nuestra mirada y abrir nuestro mapa mental hacia aquello que ya está aquí, que emerge y que nos tiene atrapados desde la mirada y el mapa que nos empeñamos en sostener?
Solos no podemos, la inteligencia colaborativa nos está esperando
Bibliografía
Steven Johnson, Sistemas emergentes o qué tienen en común hormigas, neuronas, ciudades y sofware “. Madrid: Fondo de Cultura Económica, 2003.