La Inteligencia Colaborativa y las Conversaciones
En 1999, Williams Isaacs (Dialogue: The Art Of Thinking Together) utilizó este término para describir el comportamiento de un “ecosistema empresarial inteligente” y enunciaba la Inteligencia Colaborativa o CQ, como “la capacidad de construir, contribuir y administrar el poder que se encuentra en las redes de personas“. Es decir, la facultad de pensar juntos, de desarrollar un pensamiento colaborativo y una acción coordinada.
Su piedra angular: la capacidad de conversar.
Isaacs, cofundador en 1990 del MIT’s Organizational Learning Center y director del Institute’s Dialogue Project, sostiene que la “conversación” es esencial para resolver los grandes problemas de una sociedad compleja. Nos permite encontrar una nueva forma de hablar, pensar y actuar juntos que hace posible manifestar y aprovechar nuestras diferencias para generar nuevas direcciones para el futuro. De hecho, podemos ver las organizaciones como “redes de conversaciones”.
“Conversar es más que hablar: es el abrazo de diferentes puntos de vista, literalmente el arte de pensar juntos. La conversación es, a menudo, el eslabón perdido que libera a las personas para dar un salto cuántico en visión y acción. Si todo el mundo tuviera la idea de que hay una forma diferente de hablar y pensar juntos, la semilla de un tipo de interacción muy nuevo podría comenzar a brotar”.
Williams Isaacs
“El trabajo más importante en la nueva economía es crear conversaciones”.
Alan Webber, ex editor de Harvard Business Review.
A través de las conversaciones, la inteligencia colaborativa va construyendo una mente de grupo distribuida.
Diferentes personas, de disciplinas diversas y desde variadas perspectivas, comparten piezas de información, conocimientos y experiencias que, cuando se combinan, crean una imagen más completa de una situación o problema y desvelan las posibles alternativas. Bien guiada, la Inteligencia Colaborativa es sinérgica, pues su resultante es mayor que la suma de sus partes. El triunfo de la diversidad. Cuando la diferencia suma.
La Complejidad no es gestionable desde la individualidad
Las personas, y los artefactos que producimos, somos muy solventes ante los desafíos técnicos complicados, aquellos donde el pensamiento lógico-analítico y el pensamiento lineal pueden llevarnos a la meta. Desde jugar al ajedrez a viajar a la luna.
Ahora bien, a lo que masivamente nos enfrentamos hoy en día son escenarios sumamente complejos. Resolver nuestros desafíos sociales, ambientales, económicos, políticos y, en nuestro caso, organizacionales, nos desborda. Suelen ser desafíos multidimensionales, multifactoriales y descentralizados.
Con numerosos temas, actores y conflictos interrelacionados e interdependientes en los que, de partida, no existe una comprensión compartida y práctica. Imposibles, por tanto, de afrontar desde la inteligencia individual y su “mono-perspectiva”. Además, no tienen una “solución milagrosa” o, a veces, ni siquiera tiene solución y, frecuentemente, surgen o cambian a un ritmo más rápido que nuestra capacidad de actuar, especialmente cuando el entorno es impredecible.
Así pues, necesitamos imperiosamente desarrollar esta capacidad de pensar juntos, con pensamiento de síntesis, con procesos ordenados de divergencia y convergencia. Y las personas de talento poseen pensamiento conceptual y saben construir síntesis sobre un número de matices exponencial.
¿Cómo movilizar y aglutinar los talentos hacia un propósito común?
Un buen proceso de inteligencia colaborativa es aquél que logra activar y unificar estos talentos. Generando nuevos modelos de relación que faciliten “bajar al terreno”, ordenada y eficazmente, nuestras tres macrodisciplinas contextuales: la Complejidad, el Pensamiento Sistémico y la Colaboración.
La inteligencia colaborativa, bien facilitada y mediante sus ingeniosos instrumentos, logra que todas las personas de una organización y de sus diversos equipos integren, de manera natural y progresiva, las nuevas “formas de hacer” para responder eficientemente a las vicisitudes de los escenarios complejos.
Para construir “lo nuevo”, lo que está emergiendo.
La Inteligencia Colaborativa, el sentido común del siglo XXI
En nuestra tradición, siempre hemos valorado mucho el “sentido común”, que no deja de ser un modo de actuar automático, que no requiere pensar, pues lo tenemos “instalado” desde las experiencias pasadas. Es un modo de pensar individualista, analítico, de causa-efecto y es todavía nuestro paradigma vigente, al menos, en la mentalidad occidental.
Pero, en los escenarios de complejidad ni nos sirve la experiencia pasada, ni las miradas individuales, ni la búsqueda improductiva de secuencias causa-efecto. Así, las decisiones individuales suelen ser ineficientes y, en muchos casos, contraproducentes.
De esta forma, podemos considerar a la inteligencia colaborativa el nuevo “sentido común del siglo XXI”, que nos posibilita anticipar y construir nuevos escenarios de futuro y tomar decisiones fundamentadas que contemplan todas las perspectivas. Al mismo tiempo, facilita aflorar el potencial de personas y organizaciones para crear e innovar.
Este modo de pensar “juntos” surge en los espacios donde cada persona se hace disponible, pone sus propias competencias al servicio de los demás y es capaz de escuchar y evaluar soluciones que, hasta entonces, no se habían considerado. Este tipo de inteligencia permite confrontarse constructivamente con otros y, al mismo tiempo, marcar un interés común para buscar una solución buena para todos los interesados.
En las organizaciones denominamos a estos nuevos espacios grupales como “unidades colaborativas”, que se conforman como la célula básica de la inteligencia colaborativa. O, lo que es lo mismo, dado que las miradas y decisiones individuales ya no son capaces de dar respuestas válidas en los escenarios complejos, esta capacidad es suplida por la inteligencia fusionada de un conjunto de personas, capaces de pensar y tomar decisiones en su dominio de trabajo desde una multiperspectiva enriquecida.
Como veremos en siguientes artículos, las unidades colaborativas representan la evolución de los equipos tradicionales. Además de mantener y acrecentar su capacidad operacional para resolver tareas y problemas desde la multiperspectiva, dan un salto de gigante en cuanto a la presencia y valor de las personas y sus relaciones.
Marcan el camino para una nueva generación de estructuras orgánicas, con nuevos roles plenamente conscientes de que las “técnicas” y las tecnologías serán necesarias, pero son cada vez más efímeras y menos relevantes frente a las competencias y habilidades esenciales de las personas (las mal llamadas “competencias blandas” o “soft skills”), de creciente importancia.
Este salto evolutivo de equipos a unidades colaborativas requiere un proceso exigente y cuidadoso, que merece la pena por su aportación al bienestar de las personas y su fascinante capacidad de develar sus potenciales: un auténtico regalo para todos.
Representa un paso crucial desde el “yo”, tan impregnado en el individualismo de nuestra sociedad y organizaciones, hacía el “nosotros” colaborativo, inclusivo y diverso, imprescindible para navegar en la complejidad. Una retadora oportunidad para una poderosa transformación cultural.
En siguientes artículos de esta familia iremos poniendo atención en estos “cómos” y los “quiénes” que las organizaciones necesitan para incorporar estas nuevas “formas de hacer” de la Inteligencia Colaborativa.
Otros Recursos: artículos previos familia “Inteligencia Colaborativa”
[QVO#006] Inteligencia Colaborativa I – ¿Colaboramos en nuestras organizaciones?
[QVO#007] Inteligencia Colaborativa II – ¿Colectiva o Colaborativa?