La pandemia nos recordó que los cuidados son fundamentales para el sostenimiento de la vida. Al mismo tiempo, comprobamos cómo el cuidado se convierte en una nueva imagen de marca que todo lo invade, y la carrera por ver quién cuida más se ha instalado entre nosotros. Llegado el momento de normalizar la vida y actividad en nuestras organizaciones, nos preguntamos: ¿qué relación existe entre organización y cuidado?, ¿una organización debe cuidar? Y en su caso, ¿qué debe cuidar?
Podríamos pensar que los cuidados están reservados exclusivamente para esos ámbitos comprendidos por la ciudadanía como trabajos de “cuidados esenciales”, como el sanitario, el educativo o los servicios sociales. Sin embargo, aquí sostenemos que el cuidado ha de ser un pilar fundamental que hace de una organización un sistema vivo sostenible y creíble. Dime cómo cuidas a tus empleados y colaboradores y te diré quién eres y cómo eres.
Cada organización es un sistema social, como tantos otros de los que formamos parte los seres humanos. Y como tal sistema social existe una característica común a los sistemas sociales de los seres vivos ya sea una colmena de abejas o una compañía de servicios: son sistemas que tienden a conservar la vida. Así de simple. El problema es averiguar en qué momento de la historia el mundo de las organizaciones se desentendió en parte de esta vocación para convertirse en elemento reproductor de un sistema global que marcha en sentido inverso a la conservación de la vida. Y cuidar es promover vida, vida saludable.
Cuidado y convivencia
Como sistema social una organización es un cuerpo colectivo que produce aprendizajes, saberes y formas de estar en el mundo. Promueve un determinado modo de interactuar en el mundo, de modo que podemos afirmar que vivimos en el mundo que configuramos y no solo en el que nos encontramos. No somos ni inocentes ni neutrales. Una organización exclusivamente competitiva y arrogante tenderá construir relaciones al interno igualmente depredadoras y anuladoras del otro.
De algún modo, sostiene Humberto Maturana, “el mundo en el que vivimos lo configuramos en la convivencia”. Esta afirmación se apoya en tres certezas:
- El mundo que uno vive siempre se configura con otros.
- Uno siempre es generador del mundo que uno vive.
- El mundo que uno vive siempre es mucho más fluido de lo que parece.
En síntesis, podríamos decir que lo seres humanos creamos el mundo que vivimos en la misma medida que lo vamos viviendo y ocupando; y hacemos esto día a día. También en las organizaciones en las que trabajamos y de las que formamos parte. Ser miembro “de” significa convivir “con”. Antes que espacios de producción, las organizaciones se configuran como ámbitos de conveniencia humana donde el reconocimiento, la conversación, el respeto y la generación de confianza serán piedras básicas que fortalecerán el desarrollo de las personas en la organización, y por ende, de la misma organización.
Según qué relaciones humanas establezcamos, así abriremos o negaremos posibilidades de cambio. Cuando se predetermina que este colaborador nunca va a prosperar, y jamás va a poder hacer tal cosa, me instalo en un mundo construido de antemano y niego la posibilidad de cambio. La variedad humana está en cada cual, en diálogo con el contexto; esta variabilidad no es infinita, pero el espacio de plasticidad es enorme en cada persona.
En la base de la convivencia social está alojada la biología del amor, según Maturana. El amor es la emoción radical del ser humano; es la pegajosidad biológica que indica el placer de la compañía, del afecto, del sentirse cuidados. La sociedad que pierde el amor se desintegra como sociedad de humanos. Y esta afirmación hemos de vehicularla en el mundo de las organizaciones protagonizadas por seres humanos y no por cuentas de resultados exclusivamente.
Cada organización, como sistema social, tiende a la conservación. Antes veíamos que tendía a conservar la vida; pero también busca la conservación de los patrones culturales adquiridos en su devenir. Quizá los patrones basados en la extrema competitividad estén tocando techo y forman parte del mundo viejo que estamos enterrando. Ciertamente, el paradigma del progreso indefinido ha cabalgado a la par de organizaciones y sistemas económicos-sociales funcionales a esa misma lógica. El momento histórico que vivimos nos ha de ayudar a rescatar el amor y el cuidado como fundamentos de la convivencia. Cabría afirmar que una convivencia presidida por el cuidado significará apoyarnos más en la cooperación que en la competitividad. De hecho, la mal llamada “sana competencia” muchas veces está anclada en la negación del otro; quien compite no vive en lo que hace, más bien se enajena en la negación del otro.
La organización, entonces, ha de tener clara dos constataciones radicales para vehicular una adecuada convivencia:
- La naturaleza íntima del fenómeno social humano radica en la aceptación y respeto por el otro, como expresión concreta de la centralidad del amor y del cuidado. El amor no es ciego, sino visionario. Uno ve al otro solo en la medida en que le permite ser y no le exige lo que no puede ser; solo en la medida que soy yo con el otro y el otro conmigo, podemos generar un espacio de convivencia fértil.
- La armonía social no surge de lo perfecto-ideal, sino de estar dispuesto a reconocer que toda negación del ser humano es un error ético que puede ser corregido solo si se le quiere corregir y se apuesta por la transformación de la convivencia en prácticas de cuidado mutuo.
Organización que sostiene y fomenta la vida
Desde hace años Yayo Herrero sostiene que el modelo económico, social y cultural vigente ha declarado la guerra a la vida. En el fondo se trata de modelos de vida y producción que han negado la ecodependencia del ser humano con la naturaleza y también han dado la espalda a la interdependencia de unos seres humanos con otros. La pandemia del covid-19 nuevamente viene a confirmar estas afirmaciones que hace tiempo resultaban enormemente provocativas. Hoy solo constatan la realidad de lo que sucede. Formamos parte de una cultura que ha mirado a la naturaleza desde la exterioridad, desde la superioridad y desde la instrumentalidad.
Cuidado y sostenibilidad se dan la mano. Cuando hablamos de sostenibilidad no podemos pasar por alto la importancia de la inclusión y la de la escucha de todas las voces, especialmente de aquellas normalmente marginadas en este tipo de discusión. Una organización que cuida no solo trata bien a los suyos sino que promueve la participación. Por eso, construir comunidad y sabiduría comunitaria en la conciencia de que no nos bastamos a nosotros mismos será un activo básico en la organización que cuida.
En este momento de desconcierto global y de incertidumbre básica, el cuidado nos invita a tejer nuevas redes de confianza y de participación. Se trata de trabajar con todos, escuchando y tomando en cuenta la opinión de las personas implicadas, creando soluciones comunes, prácticas y apropiadas que nos permitan desarrollar relaciones colaborativas de confianza. Entonces nos daremos cuenta de que el cuidado, más que una palmada en la espalda, es un acto eminentemente transformador de la realidad y de los patrones de conducta adquiridos. De este modo descubriremos que Cuidado es uno de los nombres que emergen en el futuro que está viniendo.
Bibliografía
- Maturana, H., Transformación en la convivencia, Granica, Buenos Aires, 2014.
- Aranguren Gonzalo, L., Es nuestro momento. El paradigma del cuidado como desafío educativo, Fundación SM, Madrid, 2020.